"Introspección tras el ocaso." Con la colaboración de Brenda.

Me veo distante. Como el recuerdo de aquel futuro que alguna vez imaginaste y que con el tiempo se vuelve ausente. Como el hecho que haga que todo cambie, pero que nunca aparece, o el punto de agotamiento en el que nada esperas, y todo retumba, y rezuma. Implosiona y se desvanece...
O alguien que surge, simplemente.
Pero aquel sentimiento que te decía quién eres, ya ni siquiera sabe si existe. Está perdido entre lunares, fragmentos de canciones e imágenes. Entre cicatrices y estrellas, pero fugaces.
Como si le debiesen deseos a alguien.
Supongo que tendría que haber comenzado por ahí entonces...
¿Quién soy?
Quizá un refugio en un árbol que cae y ni se resiste.
O puede que un náufrago confuso en las calles y solo entre la gente, consciente de que aquel no es el sitio donde debe perderse. Pero se pierde. Y ya ni recuerda en qué ojos encontrarse.
Tal vez, como Holden, sólo quiero ser un guardián camuflado entre el centeno. Evitando que se acerque al filo pero olvidando que yo soy quien está más cerca del vacío, aunque éste sea yo. Entonces, ¿quién velaría por mí?
Quién sabe... Si es que alguien sabe algo.
Recuerdo que era aquel que miraba como los días felices se los llevaba la corriente... Y siguen, pero nunca vuelven y por eso ahora los aborrece.
Aquel que escribía en su espalda emociones. Que pintaba con cuatro tonalidades de palabras el horizonte y veía su reino libre y unánime, capaz de apostar sus vidas por mantenerse firmes.
Pero no duró para siempre.
Pocas cosas lo hacen. Lo efímero de lo bello, la inquietante persistencia sensitiva de todo aquello que duele, que acecha.
Ilusionismo barato, podría pensar; pero mis pocas horas de sueño y mis famélicos labios dicen todo lo que intento callar. Incluso cuando ni el silencio se para a escucharme.
Escribo como si mis vuelos tuviesen voz.
Voz inconmensurable, de tristeza, de incertidumbre y miedo.
¿Quién soy?
¿He dejado de ser? Se han llevado todo lo que era. Ciego de mi propio nombre, no sé dónde estoy en el camino de piedras de color azabache. Pienso que, digo sí, actúo cuando. Todo tiene un momento, pero pocas cosas son sempiternas.
Si el reflejo del espejo es quebrado, ¿soy yo quien está roto, o el espejo? Soy las mareas de todo lo que veo pasar, ser arrasado o arrastrado. Quizá no sea más que la personificación sentimental de una metáfora gastada, esa del ser una gota en un océano. ¿Soy el amanecer tras demasiados ocasos o mi propio moriviví? Vergonzoso, sensible al tacto ajeno.
¿Podré dejar de recordar? Borrar, apagar y cerrar, ¡encarcelar! Decirme que no soy nadie y que nada he vivido. Que todo me lo han quitado. Y borrarlo, borrarlo todo. El arte de la simpleza es tangible en ese acto, envidiablemente complejo a la vez. ¡Que no sé nada, no soy nadie!
Estoy terriblemente confuso. Gritan los ecos que me decían que debí marcharme antes con un único equipaje: Aquella maldita frase que te dije. Recordaré, recordaré pero, ¿recrearé o reviviré? Todo es futuro y nadie es eterno. La estupidez casi inmoral de pensar que podíamos ser inmortales sobre el resto. Inmortales y felices, pero resultamos ser restos que no se complementaron.
Ahora todo es ausencia, y soy como el brillo parpadeante que se ha fundido.

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