Eternidad extrapolable.
El silencio es noche y danza; Claridad y sosiego. Una
redistribución de la fisionomía del propio entendimiento. Tan estimulante como
primitivo, cuyas fauces afloran en el punto más álgido de nuestra indefensión.
Puede ser cuestión o solución; Acción o reacción. En ocasiones ilumina el
sendero que buscábamos pero otras veces nos ciega, sin dejarnos ver más allá de
nuestros pensamientos. Ignoramos o tan sólo oímos su voz, pero nunca deja de
decir. Entre susurros o a pleno pulmón, desalojando del aire cada brizna de
sinrazón que albergan las palabras del ser. El silencio es refugio y mortaja;
Condición y moraleja. Es un escondite donde todo cobra el sentido que intentamos
darle, aunque éste pueda refractarse del hecho. Es entonces cuando el silencio
se rompe y sólo quedamos nosotros, sobrecogidos en nuestra guarida de recuerdos
por el peso de su ausencia. Deambulando en la más plena quietud en pos de
desechar cada posible error cometido. Pero el silencio también es abrigo, y sin
él todo tiende al error más caótico y absoluto.
Y así pugnamos por retornar a su regazo con la conciencia
más tranquila que nunca.
Y así vuelve, y nos dice:
—No temas. Jamás
llegué a irme. Tan sólo te esperaba.
Porque el silencio es comprensión, aún siendo la certeza
personificada de la máxima incertidumbre. Por eso muchos lo comparten con el
fin de acotar sus traspiés. Rememorándolo, como una proyección del
subconsciente donde el propio espacio-tiempo se torna moldeable a su antojo,
como figuras topológicas que subyacen en nuestro naturaleza. Pero el silencio
no puede crearse ni destruirse, sólo se instala o se difunde.
Y así lo acojo con el peso de mis párpados cediendo ante su
yugo.
Y así me acoge entre las sombras de mis noches más lúgubres.
Pues el silencio es melodía y mensaje; Almas, sentimientos y
razones..
Una eternidad extrapolable.
O será que hoy no guardo más silencio que tu nombre.
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