La bicicleta.

Aquella tarde, mientras sus sentidos la guiaban en uno de sus ya tan habituales recorridos por la sierra, una presión invadió repentinamente su cuerpo, atenazándolo como el mismísimo vacío. Se detuvo al instante presa del pánico, pues lo trivial de respirar ahora se le presentaba confuso y complejo, como si la vida hubiese decidido retarla a una partida de Go a cambio de poder seguir renovando su aire. Aún con dificultades, logró alcanzar un banco cercano cobijado por la sombra de un alcornoque, detuvo su bicicleta junto a él y se dejó caer allí, sudando y jadeando, pero lo peor ya parecía haber pasado.
-Claro que no -pensó-, ¿cómo podría haber pasado lo peor si ni siquiera comprendo la causa? Tan sólo he logrado una tregua.
Cerró los párpados cuando su respiración se normalizó, echando la vista atrás, allá donde no alcanzan a ver los ojos. ¿Qué podría haber sido? ¿Cansancio? ¿Ansiedad? Imposible. Sus pensamientos tampoco parecían aportar nada sensato, aunque no era de extrañar, pues como todo instinto siempre busca respuesta tras acaparar la pregunta. Necesitaba seguir buscando más a fondo, en aquel lugar llamado espíritu, donde todos los caminos parecen confluir. Al fin logró seguir en mitad de la oscuridad el canto de las aves que la envolvían, el mecer de los árboles con el viento... Incluso pudo anticipar la brisa de aire que se aproximaba para levantar su flequillo. Por ello sonrío, y pudo verse sonriendo antes siquiera de saber que iría a sonreír. Se veía sentada en el banco, alegre y calmada, y fue retrocediendo mientras el sudor se filtraba por su piel y la presión la asfixiaba. Vio cómo agarraba la bicicleta y cómo se alejaba del banco con dificultad, y sin necesidad de volver a sentirlo, podía ver cada uno de sus músculos contraerse, cada poro dilatarse, hasta que finalmente se halló lejos de aquel camino. Ya no pedaleaba sobre su bicicleta ni parecía que la hubiera dejado por ninguna parte. Desconocía en qué lugar se encontraban, una llanura multicolor donde se encontraban reunidas sin excepción todas las flores del mundo, pero pese a desonocerlo, aquel paraje le resultaba extrañamente familiar. Entonces, su otro yo, aquel espíritu al que llevaba siguiendo desde el banco y que no había mostrado el menor indicio de percibirla, se volvió hacia ella y dijo con voz seria:
-¡Cuidado! No pises las flores.
-Yo... -la brusquedad del aviso consiguió intimidarla y tras reflexionarlo un poco logró seguir-. No pretendía pisarlas, perdona. Pero debemos darnos la vuelta entonces. Aquí se acaba el camino.
-No.
Y, tras la negativa, volvió a darle la espalda. Mantuvo la mirada en las flores durante varios minutos, como esperando en ellas la respuesta que se le escapa. Los minutos se hicieron horas, pero no parecía que el sol fuese a ponerse en aquel lugar, y su espíritu seguía absorto observando las flores sin intención de decir nada más. Entonces alzó la vista al cielo, justo cuando una bandada de gansos en formación sobrepasaban sus cabezas, y recordó el sueño que tantas veces la había traído a aquel lugar.
-Al fin te comprendo.
Sin esperar respuesta comenzó a caminar hacia las flores, extendió sus brazos hacia los lados y los agitó con delicadeza, como copos cayendo sobre la nieve, hasta que sus pies se despegaron del suelo y pudo incorporarse hasta perderse por horizonte.

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