Inquina perenne.
Una vez más las lágrimas emborronaron la letra de sus versos. No quedaba nada del niño de ojos azules que recordaba ver en el espejo hace años sonriendo. Había quien lo llamaba masoquismo cuando al leer sus letras descubría el eterno odio que se guardaba a sí mismo, "nunca he visto a nadie odiarse tanto". De igual manera guardaba cierto odio al hecho de que alguien pudiera leer sus letras, era como dejar el vacío que dejó su alma al descubierto de cualquier mediocre desconocido. Odiaba al mundo, o eso decía, pero lo que de verdad aguardaba en su interior era rabia; una rabia contenida durante tanto tiempo que ahora formaba parte de él, resultaba inexplicable que la nostalgia que revelaba en los poemas, esos que más daño originaban, eran los que más parecían socorrer su memoria.
Todos tenemos un lado oscuro, o un pasado, algo que no queremos descubrir al mundo, un secreto inconfesable. Nunca llegamos a confiar tanto en alguien como para manifestar esa parte de nosotros que escondemos en lo más profundo de nuestro ser o de nuestra mente, nos sobran razones para ocultarlo. Quizá por miedo, por vergüenza..., nunca lo sabrá nadie más que nosotros.
Así, en cada letra escondía un fragmento de aquel repudiado secreto.
Nadie había vuelto a ver el azul de sus ojos brillar, ahora se encontraban sumidos en la oscuridad. Algunos opinaban que no albergaban más que ira y odio, desconocían que el reflejo de aquel vacío en sus pupilas tan sólo custodiaba los pedazos rotos de un alma en ruinas y de un corazón hecho trizas, algo incontrolable, como el paso del tiempo.
Poseía especial aprecio a un poema, ese que destacaba en su cuaderno, escrito en un par hojas consumidas, desgastadas por los años y los cientos de veces que acudió a él para volver a encontrarse sumido en su cordura, en aquel parque de sakuras listo para el Hanami. Aquel poema que sabía recitar de memoria, y que a veces recitaba inconscientemente; el único poema en cual no dejó su secreto, en el que simplemente se limitó a narrar un recuerdo que quiso trocar eterno.
Todos tenemos un lado oscuro, o un pasado, algo que no queremos descubrir al mundo, un secreto inconfesable. Nunca llegamos a confiar tanto en alguien como para manifestar esa parte de nosotros que escondemos en lo más profundo de nuestro ser o de nuestra mente, nos sobran razones para ocultarlo. Quizá por miedo, por vergüenza..., nunca lo sabrá nadie más que nosotros.
Así, en cada letra escondía un fragmento de aquel repudiado secreto.
Nadie había vuelto a ver el azul de sus ojos brillar, ahora se encontraban sumidos en la oscuridad. Algunos opinaban que no albergaban más que ira y odio, desconocían que el reflejo de aquel vacío en sus pupilas tan sólo custodiaba los pedazos rotos de un alma en ruinas y de un corazón hecho trizas, algo incontrolable, como el paso del tiempo.
Poseía especial aprecio a un poema, ese que destacaba en su cuaderno, escrito en un par hojas consumidas, desgastadas por los años y los cientos de veces que acudió a él para volver a encontrarse sumido en su cordura, en aquel parque de sakuras listo para el Hanami. Aquel poema que sabía recitar de memoria, y que a veces recitaba inconscientemente; el único poema en cual no dejó su secreto, en el que simplemente se limitó a narrar un recuerdo que quiso trocar eterno.
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